Mientras el alcohol anestesia su cuerpo, Julián clava los ojos en la nube de cigarro que parece asfixiarlo ahí, sentado como está, en El Calabozo, la cantina de enfrente de su casa.
Para quien lo mira, es obvio que anda huyendo de algo. Manotea en el aire como si estuviera peleándose con sus recuerdos, voltea receloso hacia las cuatro esquinas del recinto de mala muerte y termina por mascullar quién sabe qué palabras, inaudibles entre la música de mariachi que chirria con ganas traigo la sangre caliente y no me la puedo apagar.
En esas anda cuando El Chato se sienta a su mesa. Julián palidece, echa un escupitajo al piso y se tira de los pelos como cuando se llevan horas sin poder resolver un problema de trigonometría.
--Mira Chato, tu sabías que yo ya estaba mayorcito, para mí el amor se me reducía a pasarla con cuarentonas divorciadas, con niños a los que les tenían que pedir permiso para salir. Y ella, con su tierna piel de niña, me enganchó. Era mi último tren y me la robé, cómo no si para eso Julián me llamo. Pero te juro por ésta, Chato, que yo no te maté.
Julián resbala de la silla y se impacta en el suelo. Afuera está por terminar la noche. Las estrellas son ahora miles de esporas, a punto de desaparecer.
martes, 14 de agosto de 2007
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2 comentarios:
Éste me gustó mucho, tiene una atmósfera muy interesante.
salu2
Jajajaja!
Oye qué interesante... llegué de casualidad a este lugar, pero ten por seguro que me daré mis vueltas. En lo personal suelo escribir mucha fantasía, pero me fascina ese ambiente urbano-terrestre-trágico que le imprimes a tus cuentos. Pásale a saludar al blog cuando quieras, colega!
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